Qatar es un país fervientemente apolítico, donde la libertad de expresión y reunión está muy restringida, y sus numerosos trabajadores extranjeros pueden perder su sustento si causan algún desorden.

Sin embargo, esto podría cambiar el próximo mes, cuando 1,2 millones de fanáticos del fútbol, según proyecciones, visiten a la pequeña nación del Golfo Pérsico para asistir a la Copa del Mundo.

Las autoridades podrían enfrentar reivindicaciones de derechos laborales, igualdad para la comunidad LGBTQ y otras causas en medio de la atención sin precedentes de los reflectores internacionales.

Quizá también tengan que lidiar con personas ebrias y actos de vandalismo en un país conservador islámico, donde esas conductas son un tabú y prácticamente no ocurren.

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