Algo divino del cielo, buscando impartir éxtasis, locura, felicidad -menos en quien lo sufrió-, descendió anoche sobre Cleveland. Quizá venía de encontrarse con Kobe, quizá simplemente estaba en éxtasis contemplándole y conversando con él y ‘The Black Mamba’ le sugirió a Donovan Mitchell que hiciera algo que agitara la NBA, que sacudiera al mundo.
Porque justo Kobe Bryant es a quien hay que remontarse en el tiempo para recordar una barbaridad superior a la semejante y mastodóntica locura de esta pasada madrugada: Donovan, de apellido Mitchell y apodo ‘Spida’, de posición base o escolta, de equipo los Cleveland Cavaliers, y de desafortunado testigo unos Chicago Bulls que cayeron derrotados en la prórroga (145-134), había descendido de los cielos para elevarse al Olimpo de la NBA con 71 puntos, octava mejor marca de la historia.
En el mismo mes, un 23 de enero de 2006, se produjeron los 81 de Kobe, como si en realidad los caprichos de la historia fueran señales especiales. Aquella noche Phil Jackson tuvo que pararle reteniéndole en el banquillo para no ‘atentar’ al respeto de los 100 míticos de Wilt Chamberlain pero el entrenador de los ‘Cavs’, J.B. Bickerstaff no tuvo otra que ‘soltarle’ para que hiciera tanto daño como pudiera -49 minutos-, para que desparramara de manera violenta sus toneladas de talento, parte de lo aprendido de Ricky Rubio, aprendiz suyo en Utah Jazz, aunque ya nadie le tiene que enseñar nada. El que llama ‘Jesús’ a un Ricky que alucinaba como todos con él desde el banquillo. Pero fue el discípulo el que multiplicó puntos como panes y peces.